Llegamos a la capital de Omán: Mascate.
Una ciudad enorme, muy amplia, muy bien cuidada y limpia, con flores y jardines por todos lados y varias visitas interesantes.
Entre ellas se cuenta el Souk, un poco más de lo mismo que en otros zocos, esto es , un laberinto de callejuelas en las que se agolpan las clásicas tiendas de recuerdos para los turistas, mezcladas con otros negocios más orientados a la gente local.
También el recorrido por el paseo marítimo ofrece unas bonitas vistas de la ciudad a un lado y el puerto al otro en el que están anclados los dos yates del sultán. Les llaman yates, pero yo más bien diría cruceros pues su tamaño está más próximo al de un trasatlántico que al de un barco de recreo.
Al final del paseo se encuentra el Fish Market, una instalación en la que los pescadores locales ofrecen el fruto de su trabajo, muy limpia y bien surtida y, sorprendentemente, con precios muy ajustados.
En el otro extremo se encuentra el palacio del sultán rodeado por espléndidos jardines y todos los edificios oficiales además del Museo Nacional en un espectacular edificio.
Probablemente la visita más imprescindible sea la Gran Mezquita del sultán Quaboos, realmente magnífica. Mucho más austera en su decoración de lo que hemos visto hasta ahora, pero probablemente es lo que la hace tan impresionante. No obstante, austera no significa que el derroche en materiales nobles para su construcción sea menor, pues mármoles, alfombras lámparas, mosaicos y en particular la espectacular cúpula, ofrecen un conjunto que impresiona realmente.
Visitamos también la Opera House, una construcción de 2007 en la que tampoco se escatimó dinero para conseguir un edificio muy elegante exteriormente y con un interior de mármoles de diversas procedencias del mundo y maderas nobles.
Tres agradables días en una ciudad muy particular, muy distinta de lo que conocíamos, pero que resulta muy agradable.
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