Desde la frontera de Afganistán y Tayikistán por una buena carretera (¡por fin!) llegamos a Dushambe, la capital del país en donde deberíamos resolver algunos trámites oficiales antes de afrontar el que iba a ser uno de los recorridos más duros de nuestro viaje: La Pamir Highway.
En esta ocasión el pomposo nombre ya no nos engañaba después del recorrido por la Karakorum Highway de Pakistán, pero lejos estábamos de imaginar lo que se nos venía encima.
Los primeros 120 kilómetros aproximadamente fueron sobre una carretera bastante buena con algunos pasos algo deteriorados que no fueron nada realmente complicado, pero a partir de allí la carretera discurría paralela al río que hace frontera entre Afganistán y Tayikistán y, aunque sigamos llamándole carretera para poder entendernos, no se puede calificar ni tan siquiera de una mala pista. En todos estos países tienen la curiosa costumbre cuando deciden reparar una ruta (lo cual sucede cuando en realidad dicho camino ya no existe) de levantarla en toda su longitud e ir construyendo pequeños tramos con el resultado de conseguir que recorras más de mil kilómetros entre maquinaria (casi siempre parada), un intenso tráfico de camiones, cortes programados que nunca cumplen los horarios previstos e incluso tramos que podríamos llamar “apáñate como puedas” en los que solamente hay un carril y, dado que la educación y gentileza de los conductores locales es nula, llegó a darse la necesidad de tener que pasar uno de nosotros al otro lado del corte, situarse delante de un coche para que no pudiera moverse y meter nuestros vehículos rápidamente para conseguir salvar el tramo.
El recorrido es muy malo hasta la ciudad de Khorog, a partir de allí se convierte en una pista con importantes dificultades para todo lo que no sea un vehículo 4×4 ligero hasta el pueblo de Murgab, en donde encontramos un tramo aceptable que se deteriora totalmente cuando comienza la subida al paso Abbaytal a 4665 metros de altitud (lo pasamos bajo una ligera nevada) y llega a lo inverosímil tras pasar la frontera de salida del país, a partir de donde afrontamos los aproximadamente 40 kilómetros de la llamada No Man´s Land, un terreno en tierra de nadie y que por lo tanto nadie mantiene ni repara, en el que salvamos obstáculos que estaban fuera del límite de lo razonable, y aun debemos felicitarnos por la suerte de haberlo pasado en seco (aunque durante el trayecto nos cayeron algunas gotas), porque dos días después supimos que la cola de coches en sentido contrario al nuestro (subiendo) era tremenda dado que durante más de dos días estuvo impracticable.
Pero realmente, nosotros habíamos llegado hasta allí para disfrutar del paisaje y, aunque los conductores pudieron disfrutar poco al faltar ojos para esquivar los hoyos, zanjas, baches y vehículos de la ruta, todos pudimos aprovechar las horas que, por decisión unánime, parábamos diariamente. Hicimos recorridos diarios de unos 40 kilómetros para los que necesitábamos entre tres y cuatro horas, tras las que nos deteníamos en algún bonito lugar hasta el día siguiente. La policía que patrullaba a pie a lo largo de la frontera, pretendió en varias ocasiones hacernos marchar del lugar elegido dada la, según ellos, peligrosidad de la proximidad de Afganistán, pero tras comentarles que acabábamos de cruzar ese país con nuestros vehículos nos dejaban en paz entre gestos de incomprensión ante nuestra “locura”.
Fueron tres semas en las que recorrimos algo más de 1200 kilómetros y que con la perspectiva del tiempo hemos llegado a decidir que no merecieron la pena, aunque paisaje y gentes fueron realmente fantásticos, la inversión en tiempo, mecánica y nervios estimamos que fue excesiva.
No obstante, ya podemos añadir a la lista de nuestras aventuras imprescindibles que:
¡Recorrimos integramente la Pamir Highway!