Con la tranquilidad que nos proporcionaba terminar el tránsito por Rusia debido no solo a la situación del país involucrado en un conflicto bélico, sino también al hecho de tener por delante más de ochocientos kilómetros de carretera con fecha límite de salida, hicimos nuestra entrada en Georgia pensando en que allí podríamos solucionar los dos problemas mecánicos que arrastrábamos: un problema en los frenos delanteros que nos habían “reparado” en Afganistán y que, a causa de una pésima calidad del material de las zapatas que nos montaron, se reprodujo durante el paso por Kirguistán y la rotura de la ballesta delantera fabricada de encargo en Nueva Delhi y que, como casi estábamos seguros de que sucedería, volvió a romper en un tramo de carretera infernal en Rusia.
Con alguna visita realizada durante el camino, llegamos a la capital, Tiflis, en donde en un pintoresco servicio oficial Man quedó, aparentemente, solucionado el problema de los frenos, pero en el que no fue posible encontrar repuesto para la ballesta rota ¡ni siquiera en el propio servicio oficial! ¿?.
En estas condiciones, decidimos acortar la visita de Georgia y renunciar a visitar Armenia, ya que además del problema mecánico, la meteorología avanzaba inexorable hacia condiciones invernales muy duras que en Armenia serían aun peores al ser un país montañoso y con alturas importantes.
De esta forma, tras una agradable vista a la capital, tomamos rumbo directo hacia Turquía, haciendo un par de altos en lugares de interés de la propia Georgia.
Para confirmar que nuestra decisión había sido acertada, los primeros kilómetro en Turquía hicimos el paso de un puerto de montaña bajo una respetable nevada que incluso obligó a la policía a cortar la carretera para los camiones y por la que nosotros conseguimos pasar con alguna dificultad gracias al 4×4 y una dosis importante de paciencia y, porqué no decirlo, pericia en el manejo de situaciones como esta.