Excursión en barco por el río Cuiabá y algunos de sus afluentes. El accidentado retorno por la Transpantaneira

A las siete de la mañana habíamos concertado la salida de
una excursión en una lancha fueraborda que nos habría de llevar a recorrer el
río Cuiabá y a hacer incursiones por alguno de sus afluentes cuyo objetivo era
la observación de la fauna incluyendo la posibilidad bastante remota de
tropezarse con un jaguar.
Sobre las siete y cuarto de la mañana ya comenzábamos a
navegar río arriba. El barquero, el simpático y atento Carlos iba haciendo
paradas a ambas orillas del ancho río y nos explicaba en “portuñol” los nombres
y alguna de las características de las aves y otros habitantes del río y sus
orillas.
Así fuimos viendo los Martin Pescador, los enormes Tuiuius,
y otras muchas aves. Los yacarés son omnipresentes y nuestro patrón colocaba la
barca de forma que casi les podíamos oler el aliento. También los capibaras se
pueden encontrar por casi toda la orilla, en algunos casos refrescándose en el agua
con sus familias.
En una entrada por uno de los muchos afluentes dimos con una
familia de nutrias de las que pudimos disfrutar durante un buen rato mientras
daban buena cuenta de los peces que habían pescado, todo esto a no más de tres
metros de los objetivos de nuestras cámaras.
De esta forma transcurrieron casi tres horas de navegación
y, aunque el viaje ya merecía la pena, cuando la sensación de que ver un jaguar
era algo muy difícil nos tenía un poco cabizbajos, en un recodo del río, Carlos
desacelera el fueraborda y nos dice muy bajito: “jaguar, hay uno ahí detrás” Yo
no podía creerlo porque me dolían los ojos de ir rastreando las orillas, pero a él está claro que la fuerza de la costumbre le hace ver lo que los demás no
vemos, porque sí, realmente allí estaba “O rei Jaguar”
Carlos situó la canoa a no más de cinco metros del jaguar,
echó el ancla de forma que la corriente del río nos posicionó perfectamente
para fotografiar y disfrutar la escena.
Majestuoso, bastante mayor de lo que imaginábamos y tremendamente
tranquilo y despreocupado de nosotros, se dedicó durante casi una hora a lo que
habría hecho cualquier modelo: poner posturas posando para las fotos. Se lamió, se revolcarse e hizo casi todo lo
imaginable para hacero las delicias de todos nosotros.
Tengo que decir que la sensación es difícil de describir. El
ejemplar era precioso, en un precioso entorno y con todo el tiempo para
disfrutarlo.
Una jornada fantástica. Una más
Por la tarde emprendimos la vuelta. Estábamos a  126 puentes de madera del remate de una
aventura inolvidable. Y para que así fuera, el puente número 86, tuvo a bien
romperse a nuestro paso. Más exactamente, no se rompió el puente, sino el
tablero del puente.
Me explico: los puentes están sobre unos pilotes de madera
clavados en el pantano que cruzan,  formando una estructura muy sólida rematada
por vigas longitudinales también de madera y que son muy resistentes. Sobre
estas vigas una tablazón transversal coronada por dos carriles de fuertes
tablones longitudinales sobre los que se rueda.
Pues bien, el puente en cuestión tenía uno de los tablones
longitudinales roto y cedió a nuestro paso llevándose por delante también las
tablas transversales con el resultado de que tanto la rueda delantera derecha primero, como la trasera después cayeran al vacío. Por suerte, al notar que el eje delantero
caía pisé el acelerador violentamente y con un salto realmente impresionante el
eje delantero salió del hueco. Cuando llegó el trasero, el camión ya llevaba una
cierta velocidad, lo que unido al 4×4 que iba engranado hizo que la rueda
trasera salvara también el obstáculo, eso sí con un bote que no puedo
describir. El incidente se saldó sin ninguna rotura ni avería y únicamente los
platos, vasos, cubiertos y demás enseres se revolvieron hasta lo inverosímil. También un huevo roto (de la nevera)
En fin, tras el susto, una noche de tremendo calor y a media
mañana del día siguiente felices en Poconé. La aventura terminó bien y es de las
más inolvidables.

«Logroño Dundee»

Pasando puentes en estado ruinoso. El tablón que llevamos atado detrás era para eventuales reparaciones en algún puente más deteriorado.

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