Una vez más pasamos la aduana sin contratiempos más allá de hacernos un poco los locos cuando el aduanero nos pidió el “Orange Book” (el famoso Carnet de Passage), los dos hicimos como que no le entendíamos y optó por franquearnos el paso.
Ya en el país seguimos el ritual de siempre: conseguir un ATM para sacar dinero, un sitio donde comprar la nueva SIM para el teléfono y algún supermercado porque los días pasados en el desierto siguiendo el Rallye Dakar nos habían dejado las reservas bajo mínimos.
Todas estas operaciones las conseguimos culminar antes de acampar en Ibri en donde nos esperaba Petra con su 8×8 en un parking al pie de la ciudad vieja, que, aunque está en ruinas, resulta una interesante visita. Estuvo habitada hasta los primeros años de este siglo.
Ciertamente, desde el primer momento este país, que es bastante desconocido, se empezó a revelar como muy interesante. Los primeros días o casi mejor, semanas, hicimos el recorrido desde la frontera hasta la capital: Mascate, un recorrido por muy buenas carreteras, poco tráfico y bastante civilizado y muchas cosas para ver, pero sobre todo enormes fortalezas construidas de barro y los wadis, literalmente valles. Se trata de profundas gargantas abiertas por el agua que ocasionalmente y de forma torrencial corre por ellas. Al albergar agua se convierten en oasis con preciosos palmerales, huertos en terrazas y altísimas paredes que dieron cobijo a muchas extraordinarias acampadas en bonitos paisajes, silencio absoluto y ausencia total de inseguridad.
Visitamos las ruinas de la antigua Ibri, los conjuntos protohistóricos de túmulos funerarios de Bat y Al-Ayn, las fortalezas de Jabreen y Bahla y los wadis Dam, Tanuf (también con las ruinas del pueblo antiguo), Ghul y Muaydin al lado de las ruinas de Birfkat-al-Mauz. En todos ellos hicimos una caminata, en ocasiones larga, para alcanzar lo más profundo del valle.
Entre las ciudades visitamos Nizwa con una interesante ciudad vieja y una fortaleza y, sobre todo el pueblecito metido en un wadi llamado Misfat Abriyeen, que, aunque muy descuidado, vale la pena por su ubicación y por el recorrido por el laberinto de callejuelas que llevan hasta la zona donde están los cuidados huertos en terrazas atravesados por lo que aquí se llama el falaj, un muy antiguo sistema de canales que distribuyen el agua para riego y suministro de la población.
Desde Misfat, recorriendo unos veintiocho kilómetros, la mitad de ellos sin asfaltar y con tremendas pendientes (alguna del 30%) subimos hasta el Jebel Shams (Monte Shams) en donde acampamos dos noches al borde del altísimo acantilado que se desploma sobre el wadi, para recorrer los 3,6 km de abrupta senda hasta el lugar llamado Balcony Walk, al fondo del valle y justo en el nacimiento del río que lo recorre y que comienza en un lago al pie del acantilado.
Tiempo para buenas fogatas en las que hacer sabrosas barbacoas, caminatas por parajes poco contaminados por el turismo, vuelos del dron y alguna visita turística sin aglomeraciones.
Buen tiempo sin duda.