Intentamos el asalto a las cumbres del Olimpo y… faltó poco.

Con la nostalgia lógica después de una semana de extraordinaria acampada en Meteora, recorrimos algo más de 50 km para acercarnos al monte Olimpo.

La primera incursión nos llevó a remontar una pista con muy fuertes pendientes que con la información de la que disponíamos, nos conduciría hasta un refugio a partir del cual, el ascenso a alguna de las cumbres que componen el Parque Nacional Olimpo, se presentaba como asequible. Sin embargo, el estado de la pista, la estrechez y una vista en perspectiva cortando una empinada ladera, nos llevó a desistir de llegar hasta el final, por lo que instalamos nuestro campamento en una bonita pradera alpina a algo más de 1000 metros de altura en donde pasamos dos noches en un silencio solamente roto por los cencerros de las vacas y caballos que pastaban a nuestro alrededor y, solamente, cuando ya íbamos a marchar se presentaron los dueños de los animales en un todoterreno con su remolque en el que llevaban un caballo que bajaron y nos invitaron a montar. Fue Magy la que hizo la prueba mientras manteníamos una agradable charla con ellos.

Otros 40 Km y encontramos un bonito lugar acondicionado para acampar en el que nos detuvimos de nuevo dos noches para que pasara el fin de semana antes de llegar a la localidad de Litochoro que es el acceso más normal al P.N. y que por lo tanto suele estar muy concurrido.

Llegamos allí el domingo a medio día y nos quedamos a pasar la noche en un aparcamiento suficientemente agradable para dar un paseo por el pueblo, hacer compras en el mercadillo de los lunes y visitar la información del P.N. para enterarnos de las posibilidades que se ofrecían.

Muy agradable el pueblo, buen mercadillo con precios algo más bajos que los supermercados y muy buena calidad en los productos y una completa y simpática información en el centro de visitantes hicieron que la estancia allí fuera un acierto.

Por una buena carretera muy pendiente llegamos a los 1100 mts de altura con el Egeo a la vista y conseguimos nivelar a Ximielga (un milagro) en el aparcamiento del monasterio Agios Dimitrios. Aprovechamos la tarde para una corta marcha hasta la cueva sagrada en la que el santo ermitaño construyó el primer santuario, en una cueva con un manantial y en un bonito sitio.

Tras una tranquila noche y a modo de entrenamiento hicimos el camino hasta el lugar llamado Prionia en donde arranca la senda que lleva a las cimas más clásicas del Parque: el Skala y el Mithicas, éste último, la mayor altura, algo más de 2900m.

La senda corre al lado del precioso e impoluto río Enipeas con varias cascadas al lado de una de las cuales comimos. Durante la subida pasamos por una pradera en la que encontramos un Toyota con tienda de techo y dado lo bonito y tranquilo del lugar hablamos con sus dueños, una pareja suiza, para ver como habían llegado allí y si sería posible meter el camión. Hicimos nuestra propia inspección y concluimos que era posible, por lo que decidimos que al día siguiente y dado que teníamos que mover a Ximielga hasta el aparcamiento de origen de los senderos, a la vuelta entraríamos en aquel lugar para quedarnos algunos días.

Al día siguiente, muy temprano, subimos con Ximielga hasta Prionia, dejamos el camión en el parking tan inclinado que parecía que iba a volcar y emprendimos el ascenso. De esta marcha, solamente un dato: en algo menos de 6 km de recorrido, remonta algo más de 2000 metros de desnivel, es decir, una escalera de piedras irregulares de 6 km de longitud.

Conseguimos llegar al refugio de San Agapito, casi tres cuartas partes del camino a la cumbre del Skala y pensando sobre todo en mis rodillas para la bajada, yo decidí que ese sería mi límite. Magy aun tuvo fuerzas para continuar una hora más y seguramente habría hecho cumbre, pero el tiempo ya empezaba a ser escaso y regresó al refugio para comer e iniciar el durísimo descenso.

Luego llevamos sin problemas el camión hasta el lugar que habíamos encontrado en donde estuvimos aún tres noches en casi total soledad, con una estupenda temperatura y nuestra mesa instalada en una playita del río bajo un enorme árbol y con el fogón al lado. ¿Se puede pedir más?

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