Después del esperado recorrido por el desierto, llegamos a Salalah, una famosa ciudad del sur de Omán por donde pasamos en una rápida visita para iniciar el camino hacia el norte recorriendo la costa hasta alcanzar de nuevo Mascate. Casi ochocientos kilómetros en los que visitamos varios wadis, un sorprendente bosque de baobabs inesperado en esta zona del mundo, muchas playas desiertas en las que las acampadas fueron inolvidables y muchos amigos hechos en el camino.
A ello también contribuyó una vez más la gente de Omán, que sigue sorprendiéndonos con su amabilidad y hospitalidad. Dos ejemplos: estábamos en una playa intentando fotografiar tortugas cuando se acercó una lancha de pescadores que tras hacernos alguna indicación acompañada de algunas palabras que no comprendimos, empezaron a lanzarnos desde el barco algo hacia la playa. Al recoger lo que habían lanzado comprobamos que se trataba de cinco langostas que nos regalaban. Dos días después, acampados en una playa enorme y totalmente para nosotros, al caer la tarde llega a nuestro lado un rebaño de camellos con su pastor, Mohamed. Tras los saludos, esta vez en inglés, nos propone cenar algo que él aporta: otras dos langostas y un pescado de regular tamaño que no sabríamos decir que era, pero que tenía muy buena pinta. Magy hizo la hoguera y en ella se asaron las delicias marinas de las que dimos buena cuenta en medio de una simpática charla.
Mohamed se fue a dormir a la intemperie sobre la arena al lado de sus camellos y nosotros nos retiramos a nuestra casa. Otra velada inolvidable.
Alguna visita más en el camino hacia la frontera y de nuevo en Arabia siguiendo nuestro plan de viaje.