Estábamos ya un poco saturados de “piedras viejas” y decidimos acercarnos a la costa en donde dos noches y su día intermedio al borde del mar nos permitieron un respiro, que, además tuvo una de esas recompensas que nos da de vez en cuando este tipo de vida: conocimos a Khristos (pedimos perdón si no está bien escrito).
Estábamos al final de la tarde en la acampada cuando apareció una persona a saludarnos. Hablaba poco inglés y nos entendimos con él utilizando el traductor del móvil. Nunca lo supimos con certeza, pero con toda probabilidad era el propietario del terreno en el que habíamos acampado, aunque él nunca dijo nada que nos lo hiciera pensar. Hablamos de varias cosas con él a pesar de la dificultad y cuando le dijimos que nos iríamos al día siguiente, nos preguntó a qué hora. No precisamos mucho la respuesta, pero le comentamos que entre ocho y nueve de la mañana y nos despedimos por esa noche. Desde su casa se dominaba nuestro campamento y en cuanto nos movimos para salir, le vimos montar en su moto para reunirse con nosotros en el cruce con la carretera principal e invitarnos a tomar un café en su casa.
Le acompañamos y el café se convirtió en un desayuno en toda regla con una tarta de queso que estaba deliciosa y de nuevo un buen rato de agradable charla.
Cuando al fin arrancamos, comentamos entre nosotros lo entrañable de la persona que habíamos conocido. Fue realmente simpático, agradable e incluso cariñoso en el momento de la despedida. Otro bonito recuerdo de una gran persona conocida en nuestro recorrido.
Un corto desplazamiento nos llevó a Monenvassia, un precioso pueblo situado en la falda de una alta montaña que constituye una península debido al puente que lo une a tierra. En las guías le llaman el Mont Sant Michel griego y aunque es un poco exagerado, es cierto que tiene alguna semejanza.
Un primer paseo vespertino llegando a la puerta de entrada de la muralla con nuestros patinetes nos proporcionó una primera idea del lugar. A la mañana siguiente, antes de salir el sol ya estábamos subiendo los muchos escalones que llevan a la fortaleza que corona la montaña, desde donde vimos el amanecer sobre los tejados de las casas y las cubiertas de las tres o cuatro iglesias bizantinas que adornan el pueblo.
Aprovechamos para hacer un vuelo con el dron y Magy se bañó en una especie de playa al pie de las murallas.
Quiso también la casualidad que en el puerto en el que estábamos acampados atracara un velero capitaneado por Miguel, un amigo de mi hermano con el que hicimos algunas excursiones en Gijón hace ya bastantes años. Lo celebramos compartiendo una cena con él y su mujer Carme y recordando viejos tiempos.
De nuevo en ruta dos jornadas de carretera más una de relax en un bonito lugar de la costa cerca de la localidad de Astros y llegamos a la agradable Nauplia.
Acampados en el puerto pudimos pasear por la ciudad, sentarnos en alguna terraza para tomar una cerveza, hacer una caminata por la costa con bonitas vistas e incluso Magy se subió los que dicen que son 999 escalones hasta la fortaleza que domina la ciudad.
Con las reservas de fruta y verdura bien aprovisionadas gracias al mercadillo que se celebra los sábados y en el que encontramos algunas cosas que echábamos de menos y con precios razonables (no baratos) arrancamos hacia las ruinas de Tirinto y Micenas. Allí en Micenas acampamos en un lugar próximo durante dos noches y así pudimos visitar las ruinas con tranquilidad.
En ninguno de los casos hay mucho que ver y únicamente es importante por la historia que en ellas se desarrolló. Indudablemente las de Micenas tienen bastante más que ver, destacando la puerta de los Leones y un Tholo o cámara sepulcral perfectamente conservada.
Desde allí llegamos al canal de Corinto. Aunque sabíamos que estaba cerrado debido a un derrumbe, el hecho de poder verlo era suficiente motivación. Acampamos dos noches en una playa próxima a la ciudad de Corinto exactamente en la entrada oeste del canal (mar Jónico) y primero con un paseo a pie y al día siguiente recorriendo una pista que lo bordea en parte fuimos haciéndonos una idea de la importancia de la obra hasta llegar a su salida este en el mar Egeo.
Vimos los puentes sumergibles en funcionamiento, una original idea que permite pasar barcos enormes sin que molesten los puentes, simplemente haciéndolos descender con un mecanismo muy simple hasta el fondo del canal. También recorrimos a pie el puente que cruza en la zona de mayor altura de paredes, unos 76 metros.