Vivencias en españa
Aterrizamos el 17 de Marzo de 2020 en un aeropuerto casi vacío, silencioso, falto del habitual movimiento y bullicio; fue una entrada con el mínimo estrés y con la amable frase de bienvenida; muy al contrario de los augurios de la oficial de migración en Ecuador quien hizo todo lo posible por evitar que viajara, incluso después de demostrar con documentos que mi entrada en España estaba asegurada.
Abril y Mayo lo vivimos en Albelda (La Rioja) y disfrutamos de la jardinería, la cocina, y el taller de mecánica. Podamos, juntamos leña, sembramos, cosechamos frutas, buenos ratos cocinando en el fogón y preparamos las piezas para Ximielga. En medio de estas actividades estaban las tertulias con los vecinos pero con la verja de por medio. (distanciamiento debido a la pandemia)
Y llego Junio, nos trasladamos a Pamplona (Navarra); desde aquí hemos hecho los recorridos que detallamos. Han sido caminatas de largas horas y para nosotros con mucho esfuerzo después de meses de reposo forzado, pero con las mismas ganas de siempre lo hicimos realidad y con mucha alegría lo compartimos.
Debido a la prohibición de salir de la provincia, decidimos hacer recorridos en La Rioja, excursiones de nuestro gusto por las rutas de los parques y espacios naturales de gran belleza que abundan por aquí.
Carlos, gran conocedor de lugares con encanto y con la ayuda de internet, propuso como primer plan las Cascadas de Puente Ra. Planificamos el recorrido, el día, la comida y bebida.
Como es nuestra costumbre y gusto comer en el monte decidimos el menú. Tortilla española, un plato exquisito, acompañado de ensalada, queso, fruta, vino en bota y rematamos con un café negro. Acomodamos la comida en mi mochila azul, la mochila negra con el equipo fotográfico, cámara, lentes, dron, ropa, agua e iniciamos la primera de muchas caminatas.
Nuestro gusto por capturar imágenes de momentos, lugares y cosas que nos causan sensación es inmenso, así acumulamos recuerdos que muchas veces la fragilidad de la memoria (mas la mía que la de Carlos) nos lleva a olvidar. Entonces está nuestro archivo fotográfico para recordar y revivir momentos únicos.
Entre los momentos únicos están también los vividos en nuestras visitas a los monumentos arquitectónicos, hitos de la historia de personas que allí pasaron sus vidas dejándonos un legado espléndido de sus maneras de vivir, amar y luchar.
Entre otras que vendrían después planificamos la visita al Castillo de Javier, el Monasterio de Leyre, para concluir el día con la inevitable caminata, esta vez a la Foz de Arbayún por su extremo sur.
Salimos en coche a las 8:00 am desde Pamplona, cargamos con nuestras mochilas con lo de siempre, comida y bebida y equipo fotográfico. Será un día agradable según las predicciones meteorológicas. Cuando llegamos al castillo de Javier, uno de los más bonitos de España, y más conocidos de Navarra por ser la casa natal de su patrón San Francisco Javier, nos extrañó ver muy poca gente en el lugar. Pensamos que la razón sería el miedo que existía aun a causa de la pandemia.
El monasterio de Leyre y la fuente de San Virila, se encuentran en uno de esos enclaves mágicos. La leyenda dice que San Virila, abad del monasterio en el siglo X, tenía dudas sobre el concepto de la vida eterna en el cielo. Un día se quedo encantado con el trinar de un ruiseñor cerca de la fuente, cuando regresó al monasterio ningún monje lo reconoció. ¡Habían pasado trecientos años!
Se acercaba la hora de comer y ya un poco cansados porque la caminata hacia la fuente de San Virila fue más larga de lo esperado por la falta de información e indicaciones en el sendero, aunque conseguimos completarlo.
Tomamos el coche y nos dirigimos a un pueblo llamado Usún, desde allí iniciaríamos la caminata a la Foz de Arbayún en donde teníamos planificada la comida. Ya un poco cansados y con el calor de compañero recorrimos la ruta de la canaleta para adentrarnos en la parte final de la Foz.
Llegamos al puente desde donde podemos admirar las paredes imponentes entre las que discurre el río Salazar, cruzamos el mismo y caminamos a lo largo del río, ascendiendo en busca de un lugar agradable y confortable para comer porque ya había mucha hambre.
Disfrutamos de la comida en la altura, al borde del cañón, gracias a que los dos carecemos de vértigo. Luego de un descanso preparamos las mochilas y retornamos. En el trayecto a Pamplona, Carlos debía conducir con el sol de frente a pesar de ser las 21:00 h, condiciones naturales que en Ecuador jamás vivimos.
Tenemos planificado vivir un tiempo en Pamplona y aprovecharemos para conocer lo máximo posible siempre y cuando el clima y la salud nos lo permita.
Pasan los días y las predicciones meteorológicas anuncian lluvia, lluvia y lluvia, hasta que por fin Brasero (la persona que anuncia el tiempo en un telediario), dice que mañana saldrá el sol por la tarde.
Así que preparamos una escapada a la ermita de San Miguel de Aralar. Salimos mirando el cielo, buscando el sol que tímidamente se dejaba ver, pero al llegar al lugar, estaba inmerso en una densa niebla y aquella visita sería para una mejor ocasión.
El tiempo mejoró luego de varios días y era hora de planificar la vista para una jornada completa, esta vez con todo listo, alimentación y equipo fotográfico arrancamos en coche desde Pamplona por un trayecto de poblados pequeños y amplias campiñas con mosaicos de colores. Ya a cinco minutos de llegar paramos en un bosque que nos ofrecía una caminata de un par de kilómetros, lo hicimos con la finalidad de comer allí, caminamos por el tupido bosque con el canto de los pájaros, el susurro de los arroyos y de los cencerros de animales que se escuchaban en la lejanía.
Tras la comida y el debido descanso, regresamos al auto y completamos la ruta hasta la milenaria ermita de San Miguel de Aralar, construida en la cima de esta montaña según esta leyenda:
“Tras acabar victorioso varias batallas, Teodosio se dispuso a volver a su palacio. Antes de llegar se topó con el demonio disfrazado de mendigo, que le dijo que su mujer le engañaba con un criado.
Furioso Teodosio galopó hacia su palacio, entró en el dormitorio con la daga desenvainada y apuñaló a las personas que yacían en la cama. Saliendo de la casa se encontró a su mujer que volvía de misa. Al regresar a la habitación descubrió que en la cama yacían los cuerpos de sus padres. Roto por el dolor acabó peregrinando a Roma en busca de perdón. Allí el Papa le condena a vagar por Aralar con unas pesadas cadenas atadas a la cintura hasta que éstas se le desprendieran por el desgaste, signo éste del perdón divino.
Por aquella época, vivía en la sierra de Aralar un dragón que solía atacar a los pastores y aldeanos, y los habitantes le ofrecían cada año una persona para que no les atacara. Teodosio se encontró con esa desgraciada persona y se ofreció a cambio para salvarla.
Aquella misma noche y en medio de una tormenta surgió el dragón de una cueva y amenazó a Teodosio con devorarle. Teodosio cayó de rodillas y gritó ¡San Miguel me valga!, y en aquel momento se apareció el arcángel, que dio muerte al dragón al grito de ¿Quién como Dios? En ese instante Teodosio quedó libre de las cadenas perdonado por Dios, que le dio una reliquia.
Ya libre regresó a su casa de Goñi donde le esperaba su esposa, y poco después, en muestra de agradecimiento, erigieron un santuario al arcángel en lo alto de Aralar.”
Sea como sea, aquel lugar impresiona por sus inmejorables visitas de los valles y las sierras, entre ellos nuestro próximo destino la vecina sierra de San Donato y su ermita. A lo lejos se ve el Pirineo en donde están varios de los lugares que planeamos visitar: la Mesa de los Tres Reyes, Aguas Tuertas, valle de Belagua y otros muchos.
Nos tomamos nuestro tiempo para admirar aquel panorama y visitar el Santuario, una sobria construcción románica de piedra. En su interior alberga un retablo románico, obra cumbre de la esmaltería europea.
Y así termina nuestra jornada. Durante nuestro regreso, Carlos va al volante y yo fascinada con las nuevas tonalidades de los campos, bosque y praderas que nos deja el caer de la tarde.
En la tercera excursión nos proponemos un recorrido ambicioso para un solo día: Roncal con el Mausoleo de Julián Gayarre, el Valle de Belagua, el Karst de Larra, Pico Arlás, y Ochagavia, y… ¡lo hicimos!
Adelantamos la preparación de la comida con la finalidad de salir lo más temprano posible, así que a las 7:00 ya comenzamos el recorrido en coche hasta Roncal, pueblo famoso por varias razones: su magnífico queso con denominación de origen, su situación y por el Mausoleo de Julián Gayarre.
Aquí nació el gran tenor Julián Gayarre y sus restos yacen en el cementerio de este pueblo bajo un conjunto escultórico, premiado en Paris en 1900 con “Medalla honor de escultura” y realizado por Mariano Benlliure.
Este monumento funerario consta de un sarcófago de mármol blanco decorado en sus frentes por esculturas de niños realizados en relieve muy plano que están cantando libretos de las óperas más célebres interpretadas por Gayarre.
Las figuras de bronce representan la música que oculta el rostro desconsolado, y las dos figuras que entregan en un cofre la voz del tenor para que el ángel lo escuche son la Armonía y la Melodía.
Después de esta breve y muy interesante visita nos dirigimos hacia el Valle de Belagua. Recorríamos las faldas de las montañas por una carretera que serpenteaba entre paraderas con vacas y caballos, bosques y el río Salazar que aparecía y desaparecía caprichosamente. Poco a subimos hasta llegar al mirador.
Observando a lo lejos las formas de las montañas pirenaicas, el color de los bosques y el color de las praderas dejando ver a los animales como pinceladas por doquier, todo esto junto con la información de la situación geográfica y las leyendas del lugar anotadas en un panel informativo, logran crear en la mente las vivencias de épocas pasadas.
Se conoce que los pastores que habitaron siglos atrás este valle tenían unas costumbres que han perdurado hasta estos días; es el caso del zurrón con el ajuar, en el que llevaban su propia cuchara, y una piedra (suarri) que, rusiente, les servía para calentar la leche cuando hacían el queso. Así como también las “Migas de pastor” el plato típico de esta zona.
Seguimos subiendo y el paisaje cambia, aparece el Karst de Larra con el color gris de la roca caliza, con formas peculiares y múltiples grietas en donde crece la vegetación especialmente el pino negro , de esta manera los colores contrastan y forman un paisaje sorprendente.
Este macizo pirenaico forma parte de la frontera natural con Francia, y los senderos y rutas muchas veces corren ora en España, ora en Francia, como es el caso del circuito que vamos a recorrer.
Como las anteriores excursiones fueron para nosotros una especie de entrenamiento, nos decidimos a emprender la ruta para el ascenso al Pico Arlas de 2044m.
Tomamos la senda perfectamente señalizada, nos adentramos en un área que discurre por la zona kárstica, en medio de un contraste de colores de la roca y la vegetación que demuestra su poder creciendo y floreciendo en medio de la caliza.
Cruzamos las praderas con manadas de bovinos, y según ascendíamos el paisaje se tornaba imponente y aun más cuando llegamos a la cima en donde, maravillados admirábamos en las lejanías los demás picos que Carlos me indicaba.
Disfrutamos de la caminata de principio a fin, con mayor esfuerzo el abrupto tramo que bordea la cima. Subimos y bajamos por diferente ruta para realizar un circuito (siempre y cuando se pueda evitamos volver por el mismo lugar) pues considero que de esta manera se ven cosas nuevas.
Al terminar el recorrido y nuevamente en el coche tomamos el camino hacia a Ochagavía.
Al llegar, el tremendo calor y la sed nos impulsa a saborear una deliciosa cerveza de barril.
Aparcamos junto al río que atraviesa este precioso pueblo, un río limpio en donde apetecía meterse, pero, aunque vimos que había gente que lo hacía, nosotros nos dirigimos directos a la terraza para beber una caña muy fría.
Cuando terminaron de pasar el trapo por sillas y mesas después de que el anterior cliente se levantara y cuidando de mantener la suficiente distancia, la suerte nos permitió sentarnos ante una mesa a la sombra y llegó nuestro turno para saborear la deseada caña. Nos tomamos el tiempo justo para saborear la cerveza y luego salimos a recorrer el lugar por las callejuelas entre casas con balcones llenos de flores, el río, el puente medieval, todo el conjunto rodeado por verdes montañas.
Y así concluimos con las excursiones planificadas para este día, un tanto cansados, pero con la alegría y energía recargada para las siguientes salidas.
En la cuarta excursión desde Pamplona nos proponemos visitar el Nuevo y el Antiguo Monasterio San Juan de la Peña, Sta. Cruz de la Serós, Ainsa, y el Cañón de Añisclo.
Nuevo Monasterio San Juan de la Peña.
Hicimos una visita corta al Nuevo Monasterio de San Juan de la Peña, corta porque se encontraba cerrado debido a la pandemia, descendimos por múltiples curvas con excelentes vistas panorámicas y llegamos al legendario Monasterio de San Juan de la Peña.
Monasterio San Juan de la Peña.
Impactada por la belleza del lugar, un Monasterio perdido entre montañas y anclado bajo una piedra gigante de cuyos orígenes cuenta la leyenda que un noble aragonés decide renunciar a sus lujos para refugiarse en una cueva en el Monte Pano para vivir de lo que la naturaleza le ofrecía y sus rezos.
Un día le visita un caballero vestido con grandes galas y tras un fuerte estruendo de las rocas de la cueva, le ofrece un hermoso palacio formado por columnas, arcos y bóvedas.
Juan de Atarés se percató de que era el mismísimo diablo y se apartó al escuchar las palabras.
El ermitaño lleno de miedo se hincó en el suelo y empezó a rezar hasta caer de bruces y perder el sentido. Al despertar, junto a él había un ser angelical que le dijo: desciende al valle y vete al Monte Pano. Ahí encontrarás una cueva donde levantarás un altar en honor a San Juan Bautista a quien encomendarás tu alma.
Así que Juan de Atarés construyó un pequeño altar pasando allí el resto de sus días hasta su fallecimiento. Días antes de fallecer esculpió una inscripción que decía:
“Yo, Juan, primer anacoreta de este lugar, fabriqué esta Iglesia hasta donde mis fuerzas alcanzaron en honor a San Juan Bautista y aquí reposo”.
Ya a lo lejos desde el monasterio de San Juan de La Peña, se divisa un conjunto de casas en medio de las montañas, vamos descendiendo admirando su belleza desde diferentes niveles, hasta que llega el momento de caminar por la población.
El pueblo de Santa Cruz de la Serós conserva su valor arquitectónico en su iglesia parroquial y sus tradicionales viviendas de piedra con tejado de losas y rematadas por espectaculares chimeneas, conocidas como espantabrujas, por las figuras que las rematan con una intención protectora de la casa.
Causa una tremenda impresión al llegar y cruzar el puente levadizo del castillo, admirar su muralla perimetral y cautivarnos con la panorámica en primer plano del pulcro y homogéneo caserío y en un segundo plano, de Peña Montañesa y de la confluencia de los ríos Ara y Cinca.
Al fondo, espléndido el Pirineo, con sus picos aun nevados.
Al ingresar en el casco antiguo se siente vivir en el medievo, al fondo se alza un gran ejemplo del románico, la iglesia de Santa María, y su bello claustro en donde el románico y el gótico se unen.
Una vez en el corazón de la villa, es un espectáculo mirar sus casas, calles, la gente en las múltiples terrazas ubicadas en la plaza central. Recorrimos todo el casco antiguo y pudimos apreciar cada rincón perfectamente cuidado y mantenido como la joya medieval que es.
Tras esta visita tomamos el coche y nos trasladamos hacia el Cañón de Añisclo. Un área acondicionada al borde de la carretera que sigue el rio, nos invitó a hacer una parada para la comida. El lugar provisto con mesas y bancas, rodeado por altos pinos y con el río de agua cristalina al fondo era un excelente ambiente para una deliciosa comida y bebida, tanto así que por una equivocación levante la bota totalmente abierta y me tome tal trago de vino, que devino en una espectacular borrachera (necesito poca cosa para conseguirlo). Por suerte en poco tiempo estaba como nueva.
Entonces… a seguir. Subimos y subimos hasta adentramos en el cañón, la vía se vuelve angosta y muchos tramos en una especie de cueva, en medio de un precipicio y gigantes paredes rocosas, gracias a que existen sitios estratégicos,
se puede parar y admirar la profundidad por la que corre el río y la altura del perfil rocoso.
Llegamos al aparcamiento, dejamos el coche y pusimos rumbo al circuito peatonal entre desfiladeros, lleno de toboganes, cascadas de vértigo y una micro selva de montaña. Un muy antiguo puente forma parte del sendero para llegar a la ermita de San Úrbez, una pequeña cueva en la pared de la montaña modestamente cerrada con un murete de piedra. Continuamos el camino que desciende hasta el río Aso en un punto donde se puede admirar un barranco bastante profundo que produce algo de vértigo.
Cruzamos el puente y nos acercamos a la orilla a contemplar el agua cristalina que me llama, pero en este caso la lluvia y la temperatura del agua me impiden darme un chapuzón. Por suerte la lluvia paso rápidamente mientras nosotros nos refugiamos unos minutos dentro del bosque y luego continuamos el circuito de regreso al parqueadero.
Contentos del día que pasamos, aunque con unos minutos de susto por la lluvia fue una jornada esplendida, llegamos al coche, cambiamos de calzado y retornamos a Pamplona.
¡Sigamos...!
El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.
(Miguel de Cervantes Saavedra)
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