A través de Paraguay

Pasamos tres noches en el P.N.
Cerro Corá, repusimos agua en el mismo parque y comenzamos la travesía de
Paraguay.
Algo más de media jornada,
marcada por el calor nos lleva a la Laguna Blanca no sin haber cubierto unos
treinta kilómetros de polvorienta pista en regular estado y jalonada de tres
puentes de madera en un estado peor que el de la pista.
A las orillas de la laguna hay un
camping, por así llamarlo, en el que, al menos hay abundante sombra y una
caprichosa WiFi que se iba y se venía.
Un refrescante baño en la
laguna,  una noche fresca y una mañana de
relax y guisoteo precedieron a la partida poco después de comer, ya que era
sábado y el lugar se estaba llenando de gente joven y lógicamente alborotadora.
Deshicimos el camino por la pista
y continuamos viaje hacia el sur para llegar a hacer noche en Guayaibi.
Pedimos permiso para instalarnos en una campa en una calle del pueblo y en
minutos éramos la atracción. Nos invitaron a tomar tereré que es la bebida
nacional (donde quiera que veas a un paraguayo, no importa la hora ni el sexo,
estará con su tereré en una mano y su jarra de agua helada en la otra para ir
reponiendo). Se trata de algo parecido al mate de los argentinos pero muy frío.
Es un poco amargo y quita muy bien la sed.
La reunión con la gente joven
pasó a ser juego primero con una pelota y después a otros pasatiempos muy animados.
Al día siguiente íbamos a
internarnos en el Paraguay profundo tomando la pista que sale de Villarrica y
termina cerca de Encarnación. Recorre bonitos paisajes y esa noche pernoctamos
en una ciudad pequeña y muy agradable que se llama Fulgencio Yegros en honor a
uno de los artífices del incruento 
proceso de la independencia del Paraguay de la corona española. Allí nos
instalamos en el centro del pueblo, en una sombreada pradera y al lado de un
grifo público con agua potable.
La recepción, si cabe, fue aún
más cariñosa. Nada más instalarnos se presentó Aldo. Lo primero que dijo es “es
un honor recibirles”. Se ofreció para lo que fuera necesario, consiguiendo
incluso que nos abrieran el supermercado para atendernos un domingo a las seis
de la tarde.
Nos proporcionó la oportunidad de
conectarnos a la corriente de forma gratuita en unos enchufes que estaban
instalados en los árboles seguramente para dar energía a los puestos de un
mercadillo.
Nos fuimos  a la cama después de las once tras una
animada reunión con otros dos vecinos muy agradables, Roberto y Lily que
aportaron sus sillas para instalarse al lado de la caravana y en la que se
habló de todo.
Lily además se presentó con dos
buenos trozos de bizcocho hecho por ella que acompañaron espléndidamente
nuestro desayuno. Aún, antes de la partida a la mañana siguiente nos trajo
empanadillas y una botella de licor casero de menta.
Esa mañana se presentó un hombre
mayor que nos dijo que tenía una hija en Oviedo. Le enseñamos la caravana y se
mostró realmente emocionado de poder compartir un rato con nosotros.
Realmente es abrumadora la
amabilidad y naturalidad de los paraguayos. Quede constancia de que yo, a poco
de la llegada pasé a ser Carlitos para los allí reunidos.
Por la maña hicimos una visita al
pueblo que tiene una enorme y bonita plaza y arrancamos para recorrer los 50 km
de pista que quedaban y otros setenta asfaltados hasta Encarnación.
A los pocos kilómetros se
presentó la primera sorpresa en forma de puente de madera. El más largo que
habíamos cruzado: 60 metros. Mientras lo inspeccionábamos apareció un autobús
de unas 45 plazas, lleno totalmente que entró en puente como si no existiera.
Convencidos por la exhibición nos decidimos a cruzarlo. Bueno, para hacer honor
a la verdad, Pilar a pie y yo al volante.
A media tarde estábamos en
Encarnación con los consiguientes problemas para instalarnos, amago de multa
incluido por rodar por una calle prohibida que es la costanera al lado del río
Paraná y un cable de luz roto. Al final lo hicimos en un recinto municipal algo
alejado del centro, pero adecuado a nuestras necesidades.
Una visita rápida a la ciudad y
una tarde de lavadora para continuar al día siguiente hacia las misiones
jesuiticas de Trinidad y Jesús.
Aunque solamente quedan ruinas,
se puede comprender la magnitud que tuvo el fenómeno que se llamó de las
reducciones en donde decenas de indios guaraníes formaron comunidades autónomas
bajo la, digamos, supervisión de los jesuitas españoles. Pudimos saber que el
arquitecto de la iglesia de Jesús era de Zaragoza y fue también el autor de la
iglesia de Alagón y de otra en Tarazona y en ambos casos hay similitudes con la
de Jesús.
Terminada la visita paramos a
comer en la ciudad de Hohenau. No es broma, se trata de un asentamiento alemán
en donde todo el mundo tiene apellidos alemanes.

Ahora estamos en un parque
privado con piscina, wifi y otras comodidades.

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