Reventón y rueda nueva. Las veinticuatro horas negras.

Comenzaba un día que iba a dejar
huella. Con todos los sistemas a punto tras más de un día en el camping El
Manantial de Hohenau tomamos la ruta hacia el norte con la intención de llegar
hasta el P.N. San Rafael del que teníamos buenas referencias.
Pocos kilómetros después de salir
y por suerte mientras rodábamos a unos 40 Km/h, el neumático trasero derecho
tiene un reventón. Como la ley de Murphy se cumple inexorablemente, no se ha
reventado el neumático que estaba en peor estado, sino uno que aún tenía
algunos kilómetros de vida.
En una situación muy incómoda, sobre el estrecho arcén de una carretea muy estrecha y con mucho tráfico, nos
aprestamos a cambiar la rueda bajo un sol implacable que hace subir la
temperatura hasta los 34 grados.
La operación dura unas dos horas
y cuando estamos terminando estalla una tormenta espectacular. Los truenos
hacían que el suelo se moviera y la lluvia comenzó a caer de forma torrencial
de forma que la propia carretera se convirtió en un río.
Tomando el suceso como un aviso y
a la vista del estado de alguno de los otros neumáticos, recogimos todo lo más
rápidamente posible y decidimos volver a la ciudad que acabábamos de dejar
atrás para cambiar los tres restantes. El curioso nombre de la ciudad: “Obligado” .
Ahora para nosotros ha cambiado
de nombre, el nuevo es Obligado te Veas.
Allí buscamos una gomería que es
el nombre que en Paraguay reciben los talleres de neumáticos. Era
imprescindible que estuviera cubierta ya que la lluvia seguía cayendo con una
intensidad para nosotros nunca vista.
Nos orientaron hacia un taller en
el que unos muchachos ante la posibilidad de reparar un “camión del Dakar”  se pusieron enseguida manos a la obra de forma entusiasta tras acordar un
precio muy razonable por la intervención.
Hicieron un buen trabajo mientras
los rayos caían literalmente alrededor, los truenos movían el camión apoyado en
el gato y una parte del equipo del taller achicaba el agua que entraba como un
torrente.
Terminada la operación retomamos
la ruta con algunas dificultades debido a la total ausencia de señalización.  Pronto volvió a salir el sol y el calor se
hizo intenso de nuevo.
Aproximadamente a las cinco y
media estábamos aparcando el camión en la plaza de Canguerey cuando Pilar al bajar del camión, observa que algo cuelga de la suspensión trasera derecha. Un rápido
vistazo para comprobar que el soporte inferior de un amortiguador trasero está partido. Con toda seguridad los amortiguadores de gas ejercen mucha más fuerza sobre los soportes que  los de serie y éste no ha resistido el continuo trabajo a que se ve sometido a causa del infinito número de «guardias tumbados», «lombadas», «lomos de asno», «reductores de velocidad», «gibas», «rompemuelles», etc. que llevamos salvados por todos los países visitados.
Como era aún hora de que los
talleres estuvieran abiertos, preguntamos y nos dirigieron a un taller cuya
pinta no hacía presagiar nada bueno. “El remendero de Canguerey” era su nombre
y su titular, es decir, «El Remendero», aseguraba que tenía los medios para la reparación. No creo que
Colón llevara soldadura en su Santa María, pero en caso de que la llevara
habíamos encontrado el equipo original…
En algo más de una hora y ya de
noche El Remendero terminó su trabajo con más voluntad que medios y regresamos
a la plaza para pasar la noche que fue muy tranquila y silenciosa.
Temprano por la mañana nos
dispusimos para recorrer los treinta kilómetros que faltaban para el parque por
una pista que, tras las lluvias del día anterior, podía estar embarrada. Poco más
de 500 metros hicieron falta para comprobar que no sería posible hacer el
recorrido con una razonable seguridad de no tener serios problemas al ser totalmente incontrolable la dirección del camión, por lo que
decidimos retornar y esperar un día para que se secara.
Tampoco hicieron falta más de
tres o cuatro kilómetros para que el remiendo del remendero se volviera a
romper como no podía ser de otra forma.
Buscamos un taller en la ciudad
siguiente feudo de una colonia japonesa en Paraguay y dimos con una buena instalación propiedad de un paraguayo de clarísima ascendencia japonesa, donde en unas dos horas la pieza
quedó bien reparada y reforzada y el soporte del otro amortiguador preventivamente
reforzado también.

Una noche en carretera y un corto
recorrido hasta la frontera nos han traído hasta Foz do Iguazú de nuevo en
Brasil. Veinticuatro horas para olvidar realmente.

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