El regreso a Perú

En dos jornadas y media, rodando por carreteras totalmente destrozadas, estábamos
en la frontera con Perú con un alto en carretera y otro en  Xapuri, un pueblo muy agradable que ya
conocíamos del paso en dirección contraria hace un año casi exacto.
He dudado si relatar o no un incidente que tuvimos en un control de
carretera aún en Brasil, pero por si puede servir a otros he decidido
resumirlo.
Llegábamos a uno de los controles habituales en Brasil cuando se pasa de un
estado a otro, un agente de la policía militar nos indica que podemos seguir y
cuando comienzo a rodar veo en el espejo retrovisor que otro, con malos modales
golpea el lateral del camión haciendo señas para que nos detengamos. Paro y nos
indica que nos apartemos a la derecha, lo que procedo a hacer deteniéndome en
una explanada llena de camiones. Cuando llega a nuestra altura, el policía
alarga el brazo con intención de abrir la puerta del camión y como nuestras
puertas llevan instalado un amortiguador de gas y hay que sujetarlas al abrir,
yo la sujeto desde dentro al tiempo que le digo “Yo abro por favor”. El
individuo monta en cólera, apoya sus pies en la rueda del camión y con toda su
fuerza intenta abrir la puerta que yo sigo sujetando. Como al tiempo no para de
gritar, en cuestión de segundos, cinco soldados armados con fusiles automáticos
rodean la cabina apuntándonos con sus armas. Cedo en mi esfuerzo de sujetar la
puerta y ésta se abre.
El animal vestido de policía está hecho una furia y yo creo que lo superaba
en enfado. Ante los cañones de la armas nos enfrentamos a él y por mi
parte  le intento explicar porqué quería
ser yo quien  abriera la puerta. Quedó
claro que no estaba por la labor de comprender estando además bajo la
abochornada mirada de sus subordinados tras recriminarle su actuación. Había
montado un espectáculo estúpido para 
hacer bajar a dos personas mayores y extranjeras de un motor home bajo
la amenaza de cinco fusiles.
Pidió la documentación y tras oírme pedir el teléfono para denunciar a la
embajada española la agresión gratuita de la que estábamos siendo objeto,  parece que suavizó un tanto la postura yendo
a pedir la intercesión de los amigos venezolanos que nos acompañaban en otro
vehículo.
Tras la intervención de Iván que además habla portugués y un amago de
velada disculpa por parte del déspota cuando se aseguró de que solamente le
podía oír yo, proseguimos nuestro camino con un más que respetable cabreo y un
fuerte dolor de cuello producido en el esfuerzo de retener la puerta estando
sujeto por el cinturón de seguridad.
En fin, no vamos a permitir que la conducta de un perfecto déspota enturbie
la fantástica opinión que nos merece la gente Brasil, pero en circunstancias
como ésta recuerdo el letrero que vi una vez y que decía: “Hace un día maravilloso,
seguro que llega alguien y lo jode”

Una vez en Perú, pasamos la cordillera a 4.760 metros, celebramos el
regreso comprando y disfrutando de una cena a base de chancho (cerdo) asado en
plena calle que Pilar compró a una señora en la plaza de Urcos y llegamos a
Cuzco con el camión tosiendo a causa de la altura. La ciudad con su belleza nos
hizo olvidar enseguida los sinsabores de unas jornadas que, de no haber sido
por el incidente, hubieran resultado tranquilas.

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