Colombia, el último de los trece países de América del Sur que nos falta de visitar

Entramos en Colombia y después del embrollo de atravesar la ciudad de
Ipiales para conseguir el seguro del camión hacemos el camino hacia Pasto.
Empezamos a tener constancia de algo de lo que ya nos habían avisado: los
conductores colombianos son los peores. Pues sí. Lo son.
Pasamos la primera noche en un lado de a carretera entre Pasto y Popayán
que parece que ya es segura tras varios años en los que circular por ella era
peligroso y por la mañana afrontamos los 180 kilómetros que nos separaban de
Popayán.
Descontando las paradas, nos costaron alrededor de 5 horas. La carretera
está solamente regular y sube y baja de forma vertiginosa durante todo el
trayecto y en cada curva corrimos el riesgo de encontrarnos con un suicida que
adelantaba, hasta llegar al colmo: salimos de una curva a la izquierda
totalmente ciega y nos encontramos dos semirremolques adelantando a otro camión
en plena curva. Tuvimos que detenernos como pudimos y cruzarnos todos. Nosotros
por la cuneta y los otros no puedo decirlo, porque en esas ocasiones es mejor
no mirar.
Llegamos a Popayán totalmente rotos. Y lo único que logró mejorar un poco
la situación fue encontrar un camping muy agradable y aceptablemente
acondicionado en el que estuvimos dos días reponiendonos y como base para la
visita de la ciudad.
Popayán tiene un muy bonito centro colonial, todo encalado en blanco, con
preciosos edificios e iglesias.
Desde allí comenzamos un circuito por la Colombia profunda que nos llevaría
en primer lugar a San Andrés de Pisimbalá en donde se encuentra el Parque
arqueológico de Tierradentro, que alberga varios núcleos de tumbas escavadas en
el suelo de los siglos VII al IX.
De los múltiples recorridos por el parque hicimos el más suave para visitar
los enclaves de Tablones, Alto del Duende y Alto de Segovia en los que se
pueden ver algunas de las esculturas monolíticas que se encontraron allí y los
mejores túmulos, alguno de los cuales está profusamente decorado con pinturas
en un estado aceptable de conservación.
En la mañana siguiente, yo solo, debido a que el recorrido se presentaba muy
duro para Pilar (lo fue también para mi), ascendí al alto del Aguacate tras algo
más de dos horas de camino muy empinado. La tumbas que allí se alinean en un
gran número no son mucho más que simples cuevas, pero la panorámica desde la
cumbre es magnífica.

De nuevo en camino, ahora hacia el Parque arqueológico de San Agustín a
unos 130 kilómetros a recorrer, en su mayor parte por malas carreteras que se
convertían en malas pistas sin  previo
aviso, pero a través de fantásticos paisajes. 

Colocando la bandera de Colombia. Completamos con ella los países de nuestra primera etapa.

Bonitos paisajes durante el recorrido inicial por Colombia

Las omnipresentes patrullas militares.
 Popayán. Un precioso centro colonial bastante bien conservado

Pareja de la etnia Páez con el atuendo típico

 

Ídolos del Parque arqueológico de Tierradentro

Durante el recorrido por los sitios arqueológicos de Tierradentro

Una de las difíciles entradas a los túmulos
 Interior de alguno de los túmulos del Alto de Segovia

 El transporte típico de Colombia: «La cabra»
.

 San Andrés de Pisimbalá. Nustro cuartel general durante la visita al Parque arqueológico

 Una escuela rural en una aldea perdida en las montañas a más de una hora a pie de cualquier sitio

 Magníficas vistas desde el Alto del Aguacate con decenas de túmulos excavados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *