Retomamos el ritmo: entramos en Arabia Saudita

Con todo ya en orden, suministros, combustible, agua e incluso algunas operaciones de mantenimiento realizadas, emprendemos la marcha hacia Arabia.

Un paso de frontera como ya no recordábamos por lo simple e incluso relativamente rápido y tan amable como en los casos anteriores (el hecho de que fueran engorrosos e incluso absurdos en muchas ocasiones no significa que la simpatía y la amabilidad no haya sido la tónica) y empezamos a rodar por las carreteras de Arabia.

Las sensaciones de estos primeros días son extraordinarias. La amabilidad y hospitalidad, el ofrecimiento de ayuda, las invitaciones a cenar o a comer a su casa fueron constantes.

Como ejemplo contaremos que, cuando estábamos estacionando el camión para la primera noche, tres chicas jóvenes en un coche, se acercaron a ver que era nuestro camión y Magy les explicó que era una caravana (es el término que usan por aquí) y que estábamos haciendo un viaje por todo el mundo. Enseguida se ofrecieron a ayudar con cualquier cosa que precisáramos y les preguntamos donde podíamos comprar agua destilada para la batería. La reacción fue inmediata: Magy fue invitada a subir con ellas en el coche, recorrieron tres o cuatro tiendas hasta regresar con el agua. Ahí no acabó la cosa: Nos citaron a la mañana siguiente para un desayuno en la playa que ellas traerían preparado. Así, de esta forma, a las ocho de la mañana estábamos sentados en las típicas esterillas sobre la arena de la playa dando cuenta de un copioso desayuno con los productos típicos del país, entre los que tenemos que destacar los extraordinarios dátiles. Les pedimos permiso para tomar alguna fotografía y únicamente nos dijeron que dos de ellas que estaban casadas se subirían el velo para salir en las fotos, pero, por lo demás no había problema.

Esta situación se repitió al día siguiente mientras estábamos esperando a una parte de la expedición que había ido a conseguir las tarjetas SIM para los teléfonos, no hubo un solo minuto en el que no estuviéramos rodeados de gente que se interesaba por nosotros y ofrecía su ayuda. Dos chicos fueron en su coche a buscar café y dátiles para invitarnos allí mismo y en un par de horas fuimos invitados a cenar seis veces.

Ahora estamos acampados entre dunas en el desierto, disfrutando de un ambiente diferente: silencio y soledad. Pero seguro que volveremos a tener esos ratos con tremendas muestras de hospitalidad en cuanto salgamos a “la civilización”De momento, sin embargo, la única compañía es un pastor con su rebaño de dromedarios, que no camellos, como todos les llamamos.

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